El legado del poeta Adrián Javier





“El poeta quiere ser las cosas que nombra, y en el acto de nombrarlas, las invoca, plagándola de temblor y coquetería, ludismo y misterio”. Quien escribiera esto es un poeta dominicano que ha partido sin anunciar la despedida. Se llama Adrian Javier un jugador de palabras, bohemios gestos vitales, gracia al hablar y misteriosamente amigable, quien  invocó durante su fructífera vida literaria, la fuerza estremeciente de la poesía frente a todo y a todos.
Oscar Peña, escritor y periodista, nos escribe una referencia biblio-literaria sobre este creador, que vivirá por medio de la fuerza de su palabra, una expresión que no se acallá por esta partida, tal cual sus versos se siguen sintiendo como el pan husmeante, recién salido del horno y puesto a la mesa como ritual de gloria a la vida en el acto más simple de alimentar cuerpo y alma,
“El poeta quiere ser las cosas que nombra, y en el acto de nombrarlas, las invoca, plagándola de temblor y coquetería, ludismo y misterio”.
Adrián Javier


Por Oscar Peña
El poeta Adrián Javier, fallecido sorpresivamente de un infarto fulminante el sábado seis de abril, fue un ser excepcional y virtuoso, que dejó un legado imperecedero en la literatura dominicana como uno de los más genuinos representantes de la generación de los 80s.
Poeta, narrador, ensayista, publicista y periodista, desde muy joven se abrazó a la palabra, para permanecer asido a ella durante toda su existencia. La talló, la modeló, la esculpió como excelso orfebre del oficio, para entregarnos una obra pura, genuina y plural, que alcanzó los más altos lauros y los seguirá conquistando en la posteridad.
Compartí con Adrián actividades del quehacer poético, pero sobre todo en la amistad, la más alta condición que pueden prodigarse los hombres. Y puedo testimoniar su lealtad, solidaridad, desprendimiento y caballerosidad a toda prueba, sin importar las dificultades del momento.
Dador de amor, cariño y todo lo que tenía, porque nunca acumuló haberes materiales, quizás por falta de oportunidades o tal vez por desprendimiento, Adrián amó la vida, el cuerpo y los sueños.
En su viaje por este estrecho camino de la vida, en su valija siempre llevaba un libro publicado y otros que amenazaban ver la luz. Dejó esa valija preñada de palabras buriladas y definitivamente empaquetadas para la imprenta, bajo hermosos títulos, como “Morir sin ver la nieve”, libro inédito que días antes de su deceso entregó para prologar al poeta Mateo Morrison.
Adrián Javier andaba como adolescente enamorado de su producción poética, narrativa y ensayística. Hace tiempo proyectaba escribir un libro sobre Pedro Mir y otro acerca de la vida y obra de Fernández Spencer, para lo cual ya había acumulado una gran cantidad de material poco conocido, entre los que figuran diversas fotografías.
A sus 46 años que cumpliría el 17 de mayo próximo, el poeta ochentista acumuló una extensa producción literaria, reconocida por su calidad con los más importantes premios de la poético y la narrativa.

Una prolífera obra
La producción literaria de Javier ha sido incluida en importantes antologías poéticas y traducida al inglés y al francés. Comprende los títulos: El oscuro rito de la luz, Bolero del esquizo, Caballo de bar, Día interior, El mar que andamos, Erótica de lo invisible, Escribir en femenino, Idioma de las furias y Tocar un cuerpo, con el que ganó en 2007 el Premio Internacional de Poesía “Pedro Mir”, convocado por la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode).
Esa extensa labor literaria, a la que se suman artículos, entrevistas periodísticas, documentales audiovisuales y ensayos publicados en periódicos y revistas nacionales e internacionales, se agregan otros galardones, el más reciente concedido en  2011 por el Ministerio de Cultura, al conquistar el primer lugar del Concurso de Minificción Ciudad del Ozama, con su texto La Novia de David.
Sólo el hecho de ganar los premios de Poesía Casa de Teatro 1988 y Nacional de Poesía 1994-1995 y ser incluido en antologías como el Diccionario de Autores Dominicanos, Apuntes Bibliográficos de la Literatura Dominicana (1820-1990) y Antología de la Poesía Dominicana del Siglo XX consagran a Adrián Javier como un poeta de trascendencia,  y al mismo tiempo lo validan para ser estudiado en el futuro por su originalidad, diversidad y experimentación lingüística.
Cada quien tiene su tiempo, podríamos decir de la corta existencia de Adrián. Ahora, como premonitoriamente él expresara “los oidores tienen la palabra/ el velo del trueno el río de su trino despejado” para dilucidar su imaginario lúdico.
Aquí está su obra, su legado más preciado para exaltarlo. “Pues es en la luz  donde el hombre pierde su destino   -recuerda-   en lo oscuro mueren las diferencias”, diría en su poema El hombre, del libro Idioma de las furias.
“Somos un cadáver náuta en esta polvareda” (poema El secreto), pero sobre todo aprendices de la vida, náufragos del tiempo, de nuestra hora y lo que hacemos.
¡Que la tristeza nunca sea unida a tu nombre, poeta, que la alegría por lo que viviste, hiciste y soñaste sea el norte, la estrella que deslumbre!
Adiós querido amigo de alma buena y grande. Gracias por los alegres momentos compartidos en la amistad y la palabra, pero especialmente por tu legado de poeta.



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