Alfombra Roja en Cannes: 127 metros para el ego y la vanidad del mundo

Foto: Press Du Festival du Cannes 2013
CANNES. Francia. Cuando se observa, desde una perspectiva despojada de superficialidad, la locura colectiva que genera la “alfombra roja” , hay que preguntarse cuáles son los factores que han dado origen a esta curiosa expectativa del glamour mediáticamente endiosado. 
Foto> Prensa del Festival de Cannes 2013.
Entonces se impone ver el origen: la primera vez que se mencionó el nombre “alfombra roja” fue en el año 458 antes  de Cristo por parte del poeta y dramaturgo griego Esquilo, en la tragedia Agamenon, cuando Clitemnestra,  esposa del protagonista lo trata de convencer de que camine por una alfombra roja para que reciba sus méritos por la victoria en Troya.
Desde entonces, hasta ahora, la alfombra roja ha sido sinónimo de glamour y plataforma para resaltar determinadas ceremonias, particularmente las vinculadas al espectáculo, a las celebridades.
En el mundo del espectáculo se realizó la primera alfombra roja en el año 1922, con motivo de la inauguración del Egyptian Theater de Los Ángeles, pero quedo como hecho aislado hasta que en los  años 40 en que tomaría la relevancia que actualmente tiene.
De ahí en adelante, los premios Oscars se ocuparían de establecer como referencia obligatoria la de color la alfombra  cuando se tratara de montar con exquisitez y exclusividad, todo ceremonial de luminarias.
La más fotografiada y famosa  del mundo es la del Festival que es líder y patrón  de todos los festivales del  planeta: el de  Cannes.
Por ella transcurren centenares, miles del resultado de las cirugías plásticas que tratan de ocultar – con bastante éxito en buena parte de los casos- el paso inexorable del tiempo y que, al final, se las cobra de todas formas. 
La de Cannes
Esta alfombra físicamente se reduce a 127 metros (incluyendo los 52 escalones finales) y sobre la cual transita, con motivo del Festival de Cannes, todo el ego artístico del mundo del cine, que genera centenares de flashes  por minuto de parte de unos 600 fotógrafos oficialmente autorizados a estar a sus orillas  para transmitir imágenes que serán consumidas por millones de personas en todo el mundo por medio de la televisión, los medios impresos y digitales.
Se trata en realidad de un gran pasillo, de 29 metros de ancho, con  plataformas aplicaciones para la ubicación de la prensa, limitadas por unas cuerdas que son escrupulosamente respetadas como límite para su trabajo.
A los fotógrafos oficiales se les exige vestir de smoking.
Dentro de la alfombra, operan varios cuerpos de seguridad. Los más visibles son los policías de uniforme de gala, unos 70 en total, que se ubican a los lados de la escalinata roja, el último tramo de la alfombra, pero también existe una seguridad propia del Festival, vestida de civil, a lo que se agregan efectivos de seguridad (generalmente uno o dos hombres) de las personalidades más destacadas.
Para las estrellas se deja un   espacio de unos 20 metros de ancho para el paso  y  particularmente de las  figuras femeninas,  se espera, gracias en un código no escrito, que ejecuten movimientos de pasarela para ser vistas en 360 grados. Hay que tomarlas incluso  de espaldas, no se sabe para con que fines prácticos.

La fascinación  de lo superficial
¿Dónde se encuentra la fascinación que ejerce la alfombra roja tanto en artistas como del público consumidor de estas imágenes.
La razón, de cara a los artistas captados,  parece simple: el ego humano siempre dispuesto a inflamarse cuando es pagado de si mismo. Frente al lente de la cámara, todos caen seducidos ante la posibilidad de multiplicar la imagen propia.
Frente al público el fenómeno es distinto: opera esa necesidad de consumir imágenes hueras, vacías de contenido real, (al fin y al cabo lo que se captan son seres humanos) pero llenas del morboso lucimiento que adjunta la espectacularidad, la fama y el renombre que proporciona aparecer en los créditos principales de un filme vendedor de taquillas.

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