Un mosaico sonoro de dominicanidad


El pasado martes 24 de montó en la sala principal del Teatro Nacional un espectáculo que se inscribe desde ya en la historia del arte: el Mosaico Sonoro de la Dominicanidad, un trabajo de talentos en los que se combinaron sensibilidades varias: José Antonio Molina, Maridalia Hernández y una Orquesta Sinfónica Nacional que tocó como nunca antes.
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Una suma total de talentos, formación y sensibilidades produjo anoche en el Teatro Nacional una página para la historia del arte en la República Dominicana. Arte múltiple y inolvidable en cada uno de sus exquisitos elementos.

Los ingredientes que marcaron el triunfo del arte sobre el pesar que entristece y obnubila fueron: el corto documental introductoria con las más bellas imágenes de lo nacional, el paisaje, lo rural, lo urbano, lo paisajístico, la gente simple y el avance de las telecomunicaciones en un trabajo de cuatro minutos con excelente fotografía, musicalización y manejo de la cámara (¿quién lo habrá realizado?); la consistencia y entrega de los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, que reiteraron con su ejecución que está a la altura de las grandes orquestas del mundo , particularmente en su versión de El Bolero de Ravel, la última en ser presentada; la dirección de lujo del maestro José Antonio Molina, enérgico, firme, entregado al rictus apasionado y demandante de las piezas que reclamaban la intima perspectiva de un director amante fiel de la música de sentido permanente y como si faltara aún algo, una Maridalia Hernández, vestida con una sensual elegancia en la cual el suave tono de negro absoluto que contrastaba con el blanquísimo llamado de esas piernas sensuales y firmes, mostrando con su sola presencia que ella, más que una cantante exquisita para el disfrute local, es el más alto de orgullo nacional en la canción y un llamado al desperdicio que representa cada segundo que pasa sin que esta mujer tenga una altura mundial junto a las divas más renombradas por el mal llamado Jet Set Internacional.

El programa fue una mezcla balanceada de lo clásico y lo popular que incluyó como portal de entrada Porgy And Bess: Un Cuadro Sinfónico (George Gerhwin, con arreglos de Robert Russell Bennett) con piezas de inspiración y arraigo popular: El Amor Brujo, de Manuel de Falla (Suite de Ballet G.69, que incluyó la introducción y escena, tras la cual una hermosísima mujer vestida de negro – una tal Maridalia- se levantó de la silla en la que aguardaba el primer pase musical, para hacer la Canción del Amor Dolido y la del Fuego Fatuo, interpretaciones que fueron suficientes para convencer sin una sola palabra hablada, de que se estaba frente a una artista de talla mundial.

Luego llegó la pieza más intensa y enloqueciente de la noche. Desde Argentina llegó la creatividad de un maestro latino, Astor Piazzolla, con su Balada para un Polo, que nos dejó "piantados" y amando la libre locura de quienes inventaron el amor. Fue un instante de esos que no se olvida. Voz de mujer que penetra al fondo del alma.

Maridalia finalizó con dos popurríes de canciones románticas dominicanas y merengues.

Los boleros no pudieron ser mejores: Serenata, El Espejo, Como me Besabas tú, Amorosa, Luna sobre el Jaragua, Paraíso Soñado, Por Amor, ¿Dónde podré gritarte que te quiero?, Olvidar, Olvidar y La Distancia.

Los merengues fueron: Caminito, Rosaura, Si tu no me quieres, Anoche Soñé, La Batuta, Desiderio Arias y el muy tempranamente navideño Las Arandelas.

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