Una escena de Las Señoritas de Aviñón es una fresca muestra de la disposición de las mujeres a hacer un teatro que nos haga sentir dignos.El teatro es una de las formas más lúdicas de la comunicación.
Baste el ejemplo de la experiencia que nos ha representado el disfrute de Las Señoritas de Aviñón, en la Sala Ravelo del Teatro Nacional.
Un grupo de mujeres, arrebatadas por la euforia del arte escénico, se decidieron por este texto de Jaime Salom, oftalmólogo y dramaturgo madrileño que se inspira en un famoso cuadro de Pablo Picasso, Las Señoritas de Aviñón, como homenaje a un grupo de mujeres de una casa de citas sexuales, en la cual el artista, en sus tiempos de crujía, compartió en su juventud, la escena dominicana se dignifica en el presente año.
El público que asistió al montaje en la Sala Ravelo percibió un trabajo de gran compromiso profesional y que permite el lucimiento en la actuación dramática, de un grupo ciertamente bien enfocado en la interpretación
El elenco de Las Señoritas de Aviñón agradece el aplauso del público.
La concluida representación de Las Señoritas de Aviñón, de Jaimen Salom, a cargo de la Compañía de Teatro Flor de Bethania Abreu, ha dejado un agradable sabor de buen quehacer escénico, con la administración de los recursos de iluminación, vestuario y escenografía, pero su principal aporte es el desafío superado de sus actuaciones por parte de estas mujeres y un actor, evidentemente.
Las actuaciones
Patricia Banks es la gran sorpresa por la intensidad y dramatismo de su entrega. Esta artista singular, fotógrafa, es mucho más que un rostro hermoso y caracterizado por la armonía. En su rol de Sofia, llega a instantes en los que llora realmente, tan metida como se encuentra en su personaje.
Lillyana Díaz, de quien se afirma que su inclinación por los aspectos técnicos han sustraído su aporte a la escena, evidencia una veteranía digna como La Madame. Un personaje eje que hila toda la historia y que permite disfrutar una actuación memorable.
Yorlla Castillo acentúa la seriedad con que ha adoptado una carrera difícil y que demanda un compromiso personal que hasta puede afectar su estabilidad familiar, pese a lo cual se maneja con limpieza y habilidad.
Karla Hatton es poseedora de un don escénico particular. Su sola presencia en escenario marca una promesa que seduce al espectador. Atrevida, elegante, sensual y fiel a su rictus teatral asumido hace tiempo, la Hatton es un plus (ventaja especial) de la escena dominicana.
Patricia Muñoz deja sentir una personalidad teatral que debe fomentar de más en más. Le toca un anti-personaje, el de Pilar, cuestionador, crítico y pesimista hasta el suicidio. Un reto del que sale victoriosa, ayudada por la fuerza de su rostro el manejo de su voz densa e inolvidable.
Johanna González, la más juvenil de las talentosas figuras de Aviñón, se sabe conciente de la importancia del desafío que planeó la Flor de Bethania y se conduce con responsabilidad incluso en las escenas en que se juega con el lesbianismo.
Wilson Ureña, buena selección de talentos, se pone a la altura de un espectro histriónico dominado por el acento femenino y hace un Pablo Picasso que le aporta buenos puntos a su joven trayectoria.
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