Una catarsis sobre el Teatro

Olga Bucarelli ha sabido librar con nobleza todas sus batallas.

Esta mujer proclamó con el arte interpretativo que reparte con generosidad desde hace 40 años, el coro de voces silenciadas de las intríngulis del teatro cuando toca girar en torno a si mismo. Era la última función de Las Penas Saben Nadar, en la Sala Ravelo.

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Olga Bucarelli  siempre un explosivo flujo incontenible de emociones, sea cual que fuere el papel designado.  Y más cuando  auto-retrata el Teatro desde dentro. Y ahora, no había razón para dejar de serlo.

Aplauso final

Olga Bucarelli proclamó con el arte interpretativo que reparte con generosidad desde hace 40 años, el coro de voces silenciadas de las intríngulis del teatro cuando toca girar en torno a si mismo.


La Bucarelli corrió con intensidad por el extenso y cuidado parlamento que nos ha dejado el Premio Nacional de Teatro de Cuba, Abelardo Estorino, en su respetable y revelador monólogo, el infinitamente montado como escalón obligatorio para determinar cuando una actriz merece ese título de nobleza: Las Penas Saben Nadar.

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Mucho más que montaje para hacer agregar un titulo hecho a la currícula, con toda la intención, la Bucarelli y la Elvira, se ensimismas en esta pieza la pieza que es vertida catarsis sobre el teatro mismo y que ahora, en la ronca y singular voz de la intérprete, adquiere el bi-cromatismo agridulce del drama y humor jugando con sus recursos todas las cabezas posibles.

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La presencia de la Bucarelli en escena se deja sentir, intensa y desbordada, tras unos momentos en las cuales la comedia juega su papel, para entrar en un proceso catártico de clamores que pocas veces el teatro levanta sobre si mismo, exponiendo las miserias y las trapisondas que coronan sus curiosos pasillos interiores, la mácula que en rictus de pobreza existencial, desdobla los egos del estelar escenario subjetivo, el que no ve la gente común, el que se vive desde dentro.

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Una lectura especial la tienen quienes han sufrido, desde las tablas o en torno a ellas, las sinuosidades del temperamento dictatorial de directores de oportunidad o la desidia rutinaria de quienes tienen el papel no menos trascendente de proporcionar la utilería necesaria.

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El proceso interpretativo es llevado sin prisa, a horcajadas firmes y con la conciencia de cuanto puede dar la Bucarelli para resultar en todo un recital actoral que permanece en la memoria.

Los productores


Juancito Rodríguez no amenaza con dejar desaparecer el magnífico actor que resulta ser, para entregarse a la nada fácil tarea de la producción, con sus ires y venires tan caprichosos. Ahora vuelve a emprender vueltas arriba a un montaje que queda para la historia del teatro.

En este afán le acompaña Hony Estrella, como productora ejecutiva, otro talento que sigue definiendo una trayectoria seria en el mundo del teatro.

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