La desventaja de ser nuevo en teatro, de estar provisto del etiquetado “cero renombre”, tiene un efecto aplastante a la hora de subir a escenario sin ser conocido, y por tanto, sin ser apreciado por las referencias que da una trayectoria.
Es una especie de “handicap”, o de condición de desventaja la que se
adjudica a quienes, por ser nuevos y recién llegados a la escena, tienen que
enfrentar el desafiante entablado profesional.
Es el momento de presentar
talentos o de cerrar carreras incipientes.
Cuando este equipo responsable del montaje de Hay Amores, tuvo la oportunidad de hacer de
este montaje, su ceremonial de inicio, no hubo dudas: talento y consistencia en
textos y actuantes debían ser suficientes para domesticar el insaciable público
que sigue llenando salas como nunca
antes en la historia de la escena nacional.
Este equipo de cinco artistas (que no parten de cero ya que en sus hojas de vida aparecen intervenciones tanto en teatro, cine y television,) son, para nosotros, relativamente nuevos. Ellos nos sorprenden, partiendo del primer hecho dado: el texto. Ramón
E. Guzmán entrega un conjunto de parlamentos (que se basan en monólogos bien
entrelazados) que reflexionan sobre la vida ordinaria de seres humanos que por el
giro que toman los hechos, protagonizan situaciones de amor y vida,
extraordinarios.
Cinco actores, un director y un productor que se las sabe todas, parecen
haberse involucrado a fondo para dar con un espectáculo teatral casi magistral.
.
El aspecto que debió trabajarse más fue la vocalización, particularmente
en el caso de Irina Pérez y Marlene González,
que pudieron haber sacado más limpiamente sus intervenciones,
Con ambas chicas hay que trabajar sobre todo cuando tienen que
interpretar expresiones complejas, largas y a cierta velocidad. Esto que
plantea un trabajo adicional al director
para perfeccionar los aspectos vocales del montaje.
Resalta la entrega de los cinco intérpretes a un desfile de ideas desagarradoras
y denunciantes de la soledad acompañada que se vive de ordinario, a las
historias de amor escondidas junto a la apariencia previsible y engañosa de una solterona aparentemente infértil
desde la óptica afectiva tras las tapas de unos libros vendidos por debajo de
su precio real, junto al asiento ocupado en el autobús por el amado que apenas
se declaró en el último segundo de vida o bajo a apariencia de una chica
ordinaria, sin saber cuales fuegos arden en las esencias, frente al clamor por
vivir de una mujer a la que se le declaran tres meses de existencia restante o
frente al payaso que es partido en dos por una despedida cruel y dolorosa.
La carga emotiva es distribuida y bien llegada como actuación coral, en
la que juega un papel fundamental tanto el movimiento coreográfico de conjunto
como la interpretación de la canción final Hay amores. Llama la atención el cuidado del teatro del
mimo (del gesto) regularmente hecho a como se pueda. En este caso se nota el
acento de una atención especial.
Cuenta con un impecable y novedoso texto dramático de Ramón E, Guzmán, (uno
de sus actores, Payaso); dirección de Iván
Mejía, actuación de Irina Pérez (Solterona); Erlyn Saúl (Vendedor); Marlene
González (Chica); y Katiuska Licairac
(Paciente).
La producción es del maestro Enrique Chao, la luces de Lillyana Díaz y
la música original de Raymond Jáquez.
El montaje vuelve a ponerse el fin de semana próximo en Sala Ravelo, del
Teatro Nacional.
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