Lo que han
logrado Manuel Chapuseaux, Lorena Oliva y Canek Denis con la presentación del
drama teatral Juana, una locura de amor, sobre texto poético y altamente musical del laureado dramaturgo argentino Pepe Ciprián
Campoy, es antes que todo, una lección de la más intensa actuación teatral que
hemos disfrutado en los últimos tiempos.
Los estudiantes
de teatro y los profesionales de actuación deberían dejar para luego cualquier
otra tarea planteada para esta noche y mañana y dirigirse a disfrutar de un
concierto histriónico que marca el alma con la tragedia y la pasión de un ser
evidentemente incomprendido en su tiempo.
Lorena Oliva,
quien se ha orientado en los últimos diez años más a la docencia y la actuación de y para
niños, con este retorno al drama adulto, nos devuelve la fe en la intensidad escénica.
Todo su cuerpo,
sus movimientos épicos, su voz, su mirada cargada de sentimientos y
contradicciones, atrapa al público en un
solo suspiro extendido que no concluye hasta el final de la pieza, de casi una
hora.
A la Oliva hay que agradecerle una personificación
digna de Juana la Loca, personaje fascinante por su historia cargada de drama
desde ser Juana I de Castilla, casada con Felipe el Hermoso y quien fue
encerrada por 26 años desde 1509 hasta
el 12 de abril de 1525, por las imputaciones de insalud mental, en una casona-palacio-cárcel de Tordesillas, siempre vestida de
negro, con la única compañía de su última hija, Catalina,
Lorena Oliva
logra una transformación sorprendente con su representación bajo la dirección
de Manuel Chapuseaux, muestra una maestría actoral, que debe ser objeto de
estudio y referencia.
Tras sentirnos
marcados por la actuación de Lorena Oliva, una artista que ha dedicado sus
principales esfuerzos a la enseñanza de teatro a niños y jóvenes y a realizar
presentaciones orientadas a esos públicos, tras la demostración de versatilidad
y de conexión con el público adornado por las condiciones de exuberancia y
simplicidad artística de este montaje,
se llega a conclusión de que aquí radica el teatro en una de sus mejores representaciones de
este año.
Cualquier duda
pre-.existente sobre la adaptabilidad de la Oliva a un texto dramático y
dirigido a adultos, queda despojada desde las primeras líneas de aquel empeño
de hacer teatro en su más alta expresión.
Oliva monta,
ensimismada en sus parlamentos, a una
aventura que habrá recorrer los pasajes de cordura y demencia, de angustia y
dolor, de deseos y posesividad, todo en un solo rictus de dolor adormecido, de
rabia, de proclama vita por la existencia.
Una actuación
para no ser olvidada.
Encontramos en ella un multiexpresivo manejo de la
voz, una expresión facial manejada al tono de la intensidad de los momento.
Unos ojos que hablan desde su desorbitada esfera, todo dispuesto para que el
teatro vuelva a cumplir esa misión obligada de ser vía para el encanto o
residencia del dolor compartido.
Como personaje
de apoyo, Canek Denis supera lo que se puede esperar de su rol. Este chico
tiene presencia escénica fuerte. Sabe refrenar sus movimientos y gerenciar su
voz para secundar los parlamentos de la Oliva.
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