Es esa curiosa manera en que nos acostumbramos a categorizar los hechos en relación a quienes los cometen.
Ahora resulta que nos alarmamos de las peleas de gallos porque dos figuras públicas son las que tocan la campana para el encuentro.
¿No será que el gusto por lo bueno y lo malo es veleidoso y variable. Las peleas de gallo constituyen una aberración social, independientemente de la prestancia de quienes echen los emplumados contendientes.
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