Una joven francesa pasa indiferente frente a las maniquies de un escaparate. |
CANNES,
Francia. Fuera de toda duda, la elegancia exquisitamente farandulera
con sabor a Jet Set Internacional que emana por los poros sensibles esta
ciudad. El Cine parece marcarlo todo.
Galería de fotos en Google Más.
Galería de fotos en Google Más.
Un ciclista transita junto a un Lamborgini, en la avenida Rue d´Antibes. |
El viajante que llega al
Aeropuerto de Niza y que es llevado a Cannes, se deleita con un paisaje verde que
asalta la vista, con una arquitectura ya modernísima o proveniente de los
castillos medioevales, conservados como tesoro colectivo, tiende a imaginar una
ciudad en la cual el espacio de lo ordinario,
de lo aburridamente común, debe ser la excepción.
Más no es así. Tras la estelaridad mediática y
real con que el cine asalta esta ciudad, desde sus escaparates en los que
aparecen inmensas claquetas, donde las tiendas de joyas se llaman Cinecitá o se
apellidan Loren ó Bardott, existe una comunidad con necesidades tan comunes
como hacer cumplir las leyes de tránsito, comprar frutas o sacar a pasear las
mascotas y las criaturas procreadas, ambas en su respectivo lugar de
importancia.
No
todos en Cannes son directores y productores de cine. Ni estrellas rubias
despampanantes. Hay gente normal: madres y padres con sus hijos, obreros
encargados de las más ordinarias funciones municipales. Reglas de tránsito que
se cumplen, mascotas tratadas con amor, y una ciudad encantadoramente
provocativa al consumo.
El
nombre original de esta comuna francesa, emplazada en los Alpes Marinos, es Kan,
pero hoy día, tras 66 años celebrando el Festival de Cine más prestigioso del
mundo, la imagen que tiene este destino turístico, se lo debe tanto a la
industria del cine como al MIDEM, el mercado del disco europeo de mayor
tradición y fuerza comercial.
Pero ni la
bucólica imagen que ofrecen las postales de la Riviera Francesa, ni todo el
volumen de información que emana del 66 Festival y su historia, dan una idea
exacta de lo que es ésta comunicad en su
rol de ciudad. Esta no es una ciudad solo para captarla en cine o destinada a
las apariencias, a veces superficiales e inútiles-.
El
lema de la ciudad :"La vida es un festival", no es aplicable ciento
por ciento a su discurrir como comunidad: hay pedigüeños y abandonados de la
mano de Dios que ofrecen piezas en violín
a cambio de que el transeúnte sensible y compadecido, deje uno o dos euros a
sus pies, las bicicletas ordinarias (que deben costar no más de 50 euros, como
máximo) comparten las vías públicas como si nada con los "Lamborgini"
y los BMW del año, los obreros del ornato de la ciudad, bregan con alcantarillas
y los policías municipales, que dominan mínimo cuatro idiomas, multan a los
conductores mal parqueados mientras se ocupan de que el tránsito en la avenida
de la Riviera Francesa (el equivalente al malecón de Santo Domingo, pero con
sus debidas distancias respetadas),
Una
ciudad viva, con gente ordinaria, con personas comunes, que cruzan sin mirar
las ofertas de los escaparates, que exhiben trajes y accesorios que la mayor
parte de quienes viven aquí, jamás usarías.
Una
ciudad para el consumo visual y de un desafiante "efecto
demostración" , tras la cual queda una comuna que se desarrolla a diario,
construyendo una cotidianidad que pocos valoran.
0 Comentarios