Jaime Bayly es malo, malìsimo, para monólogos

Extraordinario novelista y acucioso como entrevistador, Jaime Bayly, a quien conocimos en los años 70,cuando venía a hacer de entrevistador en Planeta Tres (CINEVISION)  no debería nunca  más ser  intérprete de sí mismo. No debe hacerlo por su propia imagen. 
No es bueno para eso, por lo menos en el concepto pobrísimo de su monólogo No se lo digas a nadie, en el Salón La Fiesta, del Hotel Jaragua. Ser actor, hacer un monólogo, tiene reglas, recursos y requerimientos que se fueron de vacaciones.
Jaime Bayly es una marca extraordinaria como tal.  Debería ser escritor y presentador de TV. Debía seguir, como forma de expresión masiva,  desde un set televisivo entrevistando y opinando con la chispa creativa que se fundamenta en una inteligencia superior, su capacidad de ilación para vincular de ideas y personajes, en lo que resulta excepcional.
La butaca  tres del VIP seis  ya nos ardía a los 15 minutos del trabajo y finalmente nos fuimos… no había que ver nada más.

Cuando una sociedad se ve, seducida por las luminarias de un set televisivo y una obra novelística ciertamente consistente y admirable, a pagar  miles de pesos ir a escuchar a un escritor que intenta ser auto-intérprete, sin ser actor, sin dominar la técnica de actuación, re-editando  lo que hace en televisión, que tiene reglas y recursos distintos,  entonces hay que convenir que los criterios estéticos del espectáculo  parlamentarista, tienen algo que no le deja operar adecuadamente.
Bayly nos defraudó como versión monologada de si mismo. El monólogo No se lo digas a nadie (título tomado de su primera novela  de 1994, cuando apoyado nada menos que por Mario Vargas Llosa y la editorial Seis Barral, no debería repetirse nunca más.
Sin producción alguna, el monólogo incluso afecta la propia imagen de Bayly, quien no tiene necesidad de apelar al aprovechamiento de su ascendiente televisivo (especialidad en el cual es una marca tan respetada como la del escritor de ficción que es y por el que seguimos apostando, incluso con las diferencias que le guardamos cuando asume el rol de vocero conservador y derechista) para hacer que la gente pague por escuchar sus intimidades sexuales.

Ser gay, bisexual, multisexual, heterosexual es una condición y derecho de cada quien y no debería ser materia prima del escarceo empresarial del espectáculo. Tengo amigos que, en la intimidad de una sala, pueden contar de mil maneras más agradables y sinceras, su preferencia sexual….y lo hacen gratis, sin el ambiente exquisito de una sala de fiestas de un hotel en el cual un trago te cuesta la mitad de tu cuenta del cable.
Hizo reír al público que acudió condicionado por el acento de su imagen pública  bien ganada a fuerza de ficción y lances sorprendentes en la pantalla chica.  Pero no era una risa vital, salida del fondo del alma, como la que pueden generar, solo hablando, Anthony Ríos o una admiración conceptual  como la que era capaz de lograr, también haciendo uso de la palabra, Facundo Cabral.
Si Bayly decide seguir haciendo monólogos, derecho al que tendría, debe reformular en concepto. Y elevar sus imágenes, re-estructurando conceptos. No basta hablar de “guebitos”, de masturbaciones tempranas y e primeras experiencias de burdel,  tal como se cuenta con magistral pluma en No se lo digas a nadie.
Debe, este autor que respeto, escaparse el espectáculo nocturno cargado confesiones personales, para dar paso a un riquísimo mundo  objetivo y subjetivo que lo adorna en el que sean  la inteligencia de las ideas y la belleza en su expresión, el factor determinante. 
Lo habríamos preferido conversando de su literatura, de sus mundos interiores creativos, de su impronta en la comunicación televisiva, pero desde una densa perspectiva, alejado del circunstancialismo erótico-amarillista. 
Más  entregado al pensamiento  que ennoblece ficción y realida que a la pornografía verbal, escamoteada como monólogo que no alcanza la trascendencia de su nivel literario.

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