Cuando las lápidas hablan.....

Franklin Gutiérrez, escritor e investigador dominicano radicado en New York, ex- comisionado de Cultura en Estados Unidos, tiene en sus manos en estos momentos, un libro, ya impreso y de próxima puesta en circulación, que resulta atractivo por lo escasamente estudiado del tema y por la referencia que hace a un lugar al que se le hace poco caso, se le teme a veces mucho y que es el destino final de todo ser vivo: el cementerio.
Gutiérrez nos permite conocer un capítulo de esta obra, que titula El Discurso lapidario en los cementerios dominicanos y que resulta un impresonante, gracioso y hasta sobrio  análisis de los textos de lápdas en nuestros camposantos.  Hoy nos permitimos transcribir su trabajo por el alto interés que refleja.




El discurso lapidario en los cementerios dominicanos

Por Franklin Gutiérrez

       El epitafio es un mensaje escrito en la tumba de un difunto con el objetivo de resaltar sus virtudes y subsanar el vacío emocional que su fallecimiento ha dejado entre sus sobrevivientes. La inscripción puede hacerse en la lápida, en la cruz o en un espacio apropiado del panteón o monumento fúnebre.

       La palabra epitafio proviene del griego επιτάφιος, (επι = epi = sobre) y (τάφιος = taphos = tumba) Para dejar constancia de sus principios morales e ideales patrióticos, los griegos estampaban en las tumbas de sus difuntos versos y frases lapidarias de gran expresividad y profundo sentimiento humano. A ellos se les atribuye la paternidad de esa modalidad literaria llamada epitafio.

       Como recurso artístico, el epitafio está más cerca de la poesía que de cualquier otro género literario. Y, por la escasez de espacio para su impresión, debe ser breve, conciso y contundente. Platón propuso que un epitafio no debía superar los cuatro versos, eso explica la presencia de una sola cuarteta en muchos de los epitafios de la antigua Grecia. La preocupación de Platón, sin embargo, parece ser su respuesta a la costumbre de los atenienses de escasos recursos económicos de escribir epitafios cuya extensión los acercaban al panegírico.

       Poetas, escritores, pensadores, políticos y hombres de ciencia han dejado escrito epitafios para sus tumbas. Muchos de ellos reflejan singularmente el estilo de vida y la concepción de la muerte de sus creadores. Aquellos oficiantes de la palabra escrita que, temerosos de acelerar su muerte mediante sentencias lapidarias de su autoría, han rehusado escribir sus epitafios, han tenido que conformarse con frases fúnebres, generalmente de carácter religioso o moral, escogidas por un familiar o amigo.

       Por su patetismo e ingeniosidad, muchos epitafios tienen el privilegio de habitar permanentemente en la memoria de las generaciones posteriores a las de sus autores. Molière (1622-1673), por ejemplo, exhibe en su tumba una inscripción desinhibida y bastante egocéntrica: "Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto, y de verdad que lo hace bien". John Wayne (1907-1979), notable ícono del cine norteamericano, compuso para su tumba una frase de cuatro letras donde se auto describe como "Ugly, strong and distinguished" (“Feo, fuerte y formal”).
       Los epitafios que pretenden radiografiar objetivamente a los difuntos que los exhiben, son los menos. La mayoría camuflan la verdad. Esas pocas líneas nacidas de las entrañas de los deudos de un difunto para dotarlo de virtudes que no poseyó en su vida terrenal, son falsas. Tan falaces e inexistentes como el "Perdone que no me levante" que le atribuye la leyenda popular al comediante norteamericano Groucho Marx. Es muy difícil encontrar una lápida cuyo epitafio retrate al dueño en su dimensión real. Detrás de cada discurso lapidario, hay un gran secreto, una farsa, que los transeúntes de los cementerios jamás llegan de descubrir. La creencia popular de que la desaparición física del cuerpo purga los errores humanos no es, en este caso, un simple decir. "Si queréis que alguien hable bien de vosotros, moríos", se lee en la tumba del escritor español Enrique Jardiel Poncela. 

       Los cementerios están poblados de asesinos, delincuentes, ladrones, pederastas y otras clases de plagas malignas que cohabitan con difuntos dignos de respeto y admiración. Y, para colmo, a veces tienen epitafios más elocuentes y purificadores que estos últimos. Pocos dolientes satisfacen la petición de un ser querido colocando en su lápida alguna frase jocosa escrita por este, tal como  "Estoy muerto, enseguida vuelvo (Cementerio español); "Si no viví más, fue porque no me dio tiempo (Marqués de Sade"; o "Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga" (Johann Sebastián Bach) Otros deudos, aprovechando el estado inanimado del fenecido, engendran frases humorísticas que con el transcurso del tiempo alcanzan popularidad, como éstas: "Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo que no dio nada" (Cementerio Salamanca); “Aquí yace mi mujer, fría como siempre (Cementerio mexicano); "Aquí yace mi marido, al fin rígido (Cementerio chileno)

       Exceptuando esos casos particulares, el resto de la humanidad asume la muerte con extremada reverencia y temor y, al mismo tiempo, como un paso a la purificación espiritual del difunto. No es casual observar en muchas tumbas epitafios compuestos con trozos bíblicos, sean estos salmos o sentencias apostólicas recurrentes. Frases como estas: "Que en paz descanse"; Que el señor te guarde en su santo seno"; "Paz a sus restos"; "Nunca te olvidaremos”, "Siempre te recordaremos"; Fuiste madre o padre ejemplar"; "El señor es mi pastor", se repiten una y otra vez en muchos camposantos del mundo, y en múltiples idiomas. La existencia de epitafios no es proporcionalmente cuantitativa en todos los cementerios. Los camposantos de las clases sociales alta y media, salvo algunas excepciones, tienen un lenguaje funerario más rico y abundante.

            En la República Dominicana, país donde el discurso funerario es conservador y tímido en grado extremo, los cementerios que registran el mayor número y variedad de epitafios son el Cristo Salvador, el Cristo Redentor, el Nacional de la Avenida Máximo Gómez, el Municipal de Santiago de los Caballeros, situado en la Avenida 30 de Marzo, el Municipal nuevo de Bonao y el Municipal de Moca. En el resto aparecen menos epitafios dignos de atención.

            También hay camposantos donde los epitafios brillan por su ausencia, como el jesuita, en Manresa; El Bonito, en San Isidro; el Municipal de Villa Mella; el Municipal de Colonia Mixta, en la provincia Independencia; El Higüero, en Santo Domingo Norte y el de Puñal, municipio de Santiago de los Caballeros, por solo enumerar algunos.

            Curiosamente, en el cementerio de la Avenida Independencia, establecido en una época de bonanza para el epitafio, hay una escasez aguda de estos. La causa probable de ese fenómeno es el número limitado de panteones. La mayoría de las tumbas están a nivel del suelo, con cruces sencillas que, al ser pintadas, pierden las inscripciones y, consecuentemente, la identificación de los ocupantes de las mismas.

            Las frases recurrentes de los camposantos dominicanos, sean capitalinos o de provincia, son: "Siempre te recordaremos", "Nunca te olvidaremos", "Te llevaremos en nuestros corazones", “Que descanse en paz", "Tu recuerdo vivirá en nosotros", y otras expresiones bíblicas trilladas. Pocas veces hay un texto lapidario que despierte interés y curiosidad. En esas frases simples y breves, motivadas por la afección inmediata que produce el ver bajar el cadáver hasta el sepulcro, encontramos también una dosis considerable de mendacidad.

            Los visitantes frecuentes a los cementerios saben la cantidad enorme de tumbas abandonadas que hay en estos lugares. Muchas de ellas, incluso, dan la sensación de que los deudos de sus ocupantes jamás han vuelto a visitarlas. Por lo general recuerdan al muerto al momento y, a veces, unos meses después de su ida. A partir de entonces, el fenecido está obligado a aceptar el viejo refrán castellano: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo".  

        En los más de doscientos cincuenta cementerios que he visitado en la geografía nacional dominicana, he recopilado centenares de epitafios que expresan distintas facetas de sus propietarios, los cuales he clasificado del siguiente modo: sinceros (con mensajes desinhibidos y justicieros, portadores de un grado de sinceridad ponderable); discursivos (cuyo interés de biografiar al difunto para hiperbolizar la dimensión de su figura, demandan un espacio superior al de una lápida tradicional); ilusos (purifican el alma del difundo al extremo de colocarlo lo más cercano posible al Todopoderoso). También los hay: desconcertantes, usurpados, de estilo de vida, de gratitud y de profesiones. Las siguientes lápidas muestran algunos de ellos.

Publicar un comentario

0 Comentarios