Pedro Mir es probablemente uno de los dos más grandes poetas dominicanos, junto a Manuel del Cabral.
Es, de alguna forma, poseedor del títulode Poeta Nacional, aun cuando esa nominación se le adjudicó por ley y por justicia a Manuel del Cabral. Sobre el tema hay mucha polémica, muchísima. Pero hoy el tema no es su lugar definitivo en la historia de la literatura, sino la verguenza que constituye su tumbra en el Cementerio de Cristo Rey. No merece este maestro de la poesía, este trato. Hay que hacer un mausoleo adecuado a su obra y dignidad. Esto es una verguenza. Franklin Gutiérrez, quien ha realizado un estudio a fondo de los cementerios dominicanos, lo resalta en el articulo que publico a continuación.
Por Franklin Gutiérrez
Autor la obra "De Cementerios, Varones y Tumbas"
El 19 de diciembre de 1937, el periódico Listín
Diario publicó los poemas "A
la carta que no ha de venir", "Catorce versos" y "Abulia", tres textos de un entonces
bardo desconocido llamado Pedro Mir. De ellos, el primero tenía un intenso
sabor a Patria y sus protagonistas arrastraban una gran carga sufrimiento.
"Tráeme el sabor ardiente de la tierra / que se viene en guarapo".
..."Tráeme el trajín de la zafra"..."Tráeme el rumor del molino:..."
rezan tres de sus versos.
Tocado por el contenido
social y patriótico, así como por la fuerza expresiva con la que Mir abordó el
tema de los campesinos y los trabajadores de la caña en esos poemas, Juan
Bosch, dueño ya de cierto prestigio como escritor, señaló a Mir como el poeta
social que la patria buscaba y necesitaba.
Pero
disgustado por las atrocidades del dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina y
temeroso de que la maquinaria represiva que sustentaba su régimen malograra su
vida, Mir se autoexilia en Cuba en 1947. Exceptuando una serie de crónicas suyas
sobre asuntos literarios y culturales aparecidas en el periódico La nación, entre 1945 y 1946, la
producción de miriana es exigua entre 1937 y 1947.
El
enunciado de Bosch comienza a ganar cuerpo en 1949
cuando aparece, en La Habana, el legendario poema "Hay un país en el
mundo", y se robustece en 1952 con "Contracanto a Walt Whitman".
De modo, que cuando Mir
regresa a la República Dominicana en 1962, toca rápidamente la sensibilidad
política de la juventud de entonces, que encontró en su poema “Hay un país en
el mundo” materia prima sustanciosa para la lucha revolucionaria y la
consecución de las libertades civiles reclamadas por el pueblo dominicano luego
del ajusticiamiento del tirano.
Entre
1965 y 1980 "Hay un país en el mundo" se convirtió en una especie de
himno patriótico reclamado e interpretado por grupos de poesías coreadas,
declamadores y agrupaciones teatrales. También las aulas de la Universidad de
Santo Domingo les sirvieron a Mir de bastón para afianzar su carisma entre sus
contemporáneos. Con "Amén de mariposas" (1969) Mir
prácticamente se adueña del parnaso nacional, obtiene el aprecio de los
sectores desposeídos del país y abre definitivamente las puertas que
posteriormente lo convertirán en el poeta nacional de la República
Dominicana.
Ello
ocurrió el 5 de octubre de 1982, cuando el presidente de la Cámara de
Diputados, Hugo Tolentino Dipp, firmó una resolución mediante la cual se le
otorgó a Pedro Mir el título de Poeta de la Patria, es decir, Poeta Nacional.
La petición, sometida al Congreso por el poeta y entonces diputado Tony Raful,
reza en uno de sus considerandos: "Es un poeta dominicano en que se dan
cita simultáneamente las condiciones que establecen las bases de una conciencia
social latente, la defensa del destino promisorio y libre de la nación y la
genuina y absoluta observancia de una poesía depurada y exquisita".
Durante
18 años Mir anduvo por toda la geografía dominicana y por el extranjero exhibiendo
su título de Poeta Nacional. Y cuando partió del mundo terrenal, el 11 de julio
del 2000, fue despedido solemnemente. El Estado dominicano ordenó tres días de
duelo nacional mediante el decreto No. 308-00. Su cadáver fue expuesto en la
Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en el
Palacio Nacional y en el Congreso Nacional. Incluso, una comisión oficial dispuesta
por el gobierno se encargó de los actos fúnebres y del sepelio.
Cuando
partió el cortejo fúnebre hacia el cementerio Cristo Redentor muchos pensamos que
Mir apenas cambiaba de hogar y que todos nosotros, incluyendo a sus
patrocinadores en el Congreso Nacional, nos encargaríamos de que el Poeta de la
Patria viviera permanentemente en nuestra memoria. Pero no ha sido así. La tumba
de Pedro Mir está ubicada en una zona de difícil acceso, ahogada por numerosos
panteones más suntuosos que el suyo y circundada por elevadas gramíneas bovinas
que dificultan su hallazgo. A ella solo se puede llegar guiado por alguien familiarizado
con su ubicación. Pero, además de su inaccesibilidad, está abandonada y descuidada,
da la impresión de que pocos se acercan a ella.
Como
asiduo visitante que soy del Cristo Redentor, he estado por lo menos quince
veces frente al nicho inclinado que guardan los restos de nuestro Poeta Nacional,
y nunca he visto a nadie en sus alrededores. Tan inadvertida es la presencia de
Mir en todo el camposanto que ni siquiera el personal administrativo ni las decenas
de albañiles y aseadores de tumbas saben dónde está sepultado.
Es
cierto que en la República Dominicana hay casos más desconcertantes y
deplorables que el del Poeta Nacional. Tomás Hernández Franco y René del Risco
Bermúdez, por ejemplo, están en panteones prestados en Tamboril y Cristo
Redentor, respectivamente, porque carecen de espacios funerarios propios, Pero
aún así Pedro Mir, por su condición de Poeta Nacional, debería estar en un
panteón tipo plazoleta a la entrada del cementerio. En una edificación semiabierta,
visible y con bancos cuyos espaldares tengan grabados textos suyos.
A
esa, su morada definitiva, irían sus admiradores en busca de su espíritu y a
leer sus poemas. Las instituciones educativas, tanto públicas como privadas, podrían
llevar a sus estudiantes en manadas a visitar al Poeta Nacional especialmente
el 21 de octubre, día nacional del poeta dominicano, y, de paso, caminarlos por
las tumbas de otras glorias de las letras criollas residentes en Cristo
Redentor, entre ellas: Domingo Moreno Jimenes, Delia Weber, Manuel del Cabral,
Manuel Rueda, Aída Cartagena Portalatín, Enriquillo Sánchez y René del Risco
Bermúdez.
Siempre
aspiramos a que el Estado resuelva todos los problemas del país. Pero hay
muchas empresas privadas que gastan millones de pesos en cosas a veces
innecesarias. En este caso particular poco importa que sea una empresa o
institución pública o privada la que asuma el compromiso, pero urge que a Pedro
Mir se le ubique en un lugar decente acorde con el título de Poeta Nacional que
ostenta. Porque la buena salud de los restos de ese hombre diminuto de y voz pausada
que colocó nuestra isla "en el mismo trayecto del sol", debe dolernos
a todos por igual. Si no tendremos que validar el clamor del celebrado poeta español
Gustavo Aldolfo Bécquer: "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
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