Confesiones de una Máscara, pieza teatral de Radhames Polanco, inspirado en la novela de Yukio Mishima, de dos personajes y un universo interior de sentimientos de esos que "no osan mencionar su nombre" (como lo definía Oscar Wilde), alegra en primer término por el reconocimiento para un director teatral, tenido como "maldito" desde que llegó, hace ya años, a un Santo Domingo acomodado en las acartonadas fórmulas teatrales.
El montaje es concierto visual, escénico y textual que tuvo como protagonistas en la sala Ravelo a Luvil González , sorprendente y dominante de los diversos tonos femeninos que le demandaba el texto y un director necio y Fausto Rojas, quien establece con rotunda claridad su talento.
Particularmente el texto solo, sin montaje "adlater" escénico, es una vitrina de figuras magistrales, de total dominio de la idea sobre el código escrito. Profundidades en las pasiones humanas más inusuales.Hay que reconocer la capacidad que evidencia Polanco al producir una textualidad de este nivel narrativo, que incide en las dimensiones más complejas de la personalidad humana de fronteras eróticas. Nuestra sugerencia es que este libreto se publique como libro. Es una creacion digna de perdurar más alla de la ultima función en la Sala Ravelo.
Fausto Rojas, a
quien conocimos haciendo un vacilante papel en la película 666, se ocupa ahora
de no dejar ninguna duda de caracterización de una compleja personalidad, retomando sus pasillos internos marcados por
el trauma innombrable, por la trasgresión de patrones establecidos y
desarrollando procesos con admirable destreza, doblándose a si mismo y
sorprendiendo a una audiencia que recibió de su parte, una sobresaliente
actuación, sobre todo para quienes no tuvimos oportunidad de verla en su
estreno, afortunadamente rescatado en todo su valor por las cuatro nominaciones
de los Premios Casandra. Los jurados de Teatro se lucieron en su veredicto, de lo cual el autor de estas lineas, que no estuvo como asesor entre ellos, se enorgullece.
Luvil González nos
resultó la otra gran sorpresa de la noche. Esta mujer muestra una notable
ductilidad para repasar por los exigentes mandatos de un director inclemente,
tal cual es Polanco, para sacar de ella el mosaico de actitudes, ya reales, ya
impostadas, para ofrecer su propio concierto escénico, respaldada por su
dominio del gesto y el cuerpo, una de las más bellas y mejor manejadas voces
del teatro dominicano actual y ubicándose a la altura que ofrece el Rojas.
Radames Polanco, caracterizado por su visión firme sobre el peso de un teatro exigente, por sus visiones alternativas y alejadas del rumbo generalmente comercializado de la actividad escénica, logra imponer respeto y admiración ante la integridad de un trabajo escénico que justifica plenamente sus cuatro nominaciones a los pasados Premios Casandra.
Confesiones de una
Máscara impone respeto desde su escenografía de José Miura (quien logra dar la
atmósfera turbia, sucia y delirantemente
oriental), la excelencia de su banda sonora, a cargo de Vadir González y el
maquillaje de Warde Brea, una artista que tan solo se deja ver por las
ajustadas manipulaciones del color y la forma en los rostros de los personajes.
Renata Cruz Carretero (proveniente de una pareja enimentemente teatral) logra
su mejor contribución al acertar con un vestuario que remite a la vida del enigmático
y jamás comprendido (a los ojos de la moralidad tradicional) Yukio Mishima.
Yukio Mishima entró a la posteridad literaria cuando publicó en 1949 esta novela, en la que relata autobiográficamente su homosexualidad, vouyerismo con tonalidades del incesto y la introspección desgarradora. Con esta novela logra la perfección más incuestionable. El autor inmerecido por una sociedad de rígidos patrones morales, Atormentado y sublime, se suicidó en 1970 en público con el ritual del Hara-Kiri.
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