Dió-genes Abreu |
El artista plástico natural de Miches y residente en New York, emitió un documento de una consistente altura intelectiva que debe ser valorado en el marco del debate originado en torno a los resultados de la 27 Bienal de Artes Visuales.
Su documento (primera parte) dice:
"La controversia sobre algunas de las decisiones del jurado de la reciente inaugurada Bienal en el Museo de Arte Moderno (MAM) de la República Dominicana ofrece una importante oportunidad para un debate serio y sustancioso sobre temas fundamentales del arte dominicano.
Su documento (primera parte) dice:
"La controversia sobre algunas de las decisiones del jurado de la reciente inaugurada Bienal en el Museo de Arte Moderno (MAM) de la República Dominicana ofrece una importante oportunidad para un debate serio y sustancioso sobre temas fundamentales del arte dominicano.
Pero quienes, en ambos lados del
debate, asuman que el mismo es una simple brecha para lidiar con nimiedades de
rencillas personales o prejuicios de género y sexo, estarían cayendo en una
trampa dañina para la médula de este debate.
Debemos enfocarnos en la discusión de las
prácticas socioculturales erigidas basándose en los siguientes planteamientos
del discurso conceptual de la máxima autoridad del MAM, su directora María
Elena Ditrén, y las tres personas integrantes del jurado.[1] He aquí aspectos importantes de
la médula de este debate:
1.
“Es sabido que la apreciación artística es eminentemente
subjetiva, basada en parte en el gusto y el juicio estético del
observador, difíciles de establecer, de manera especial en el arte
contemporáneo” (M. E. Ditrén; negritas mías).
2.
“La pintura dominicana, en la actualidad, no merecía un premio,
no obstante hubo una cantidad de ellas seleccionadas” (Q. Henríquez;
negritas mías).
3.
“El arte cambia, como la cultura y la sociedad. Los
artistas son hijos de su tiempo, sus lenguajes y expresiones están en vínculo
permanente con su realidad local y global. El Jurado de la 27ava Bienal
Nacional entiende que las 186 obras seleccionas hacen un excelente ejercicio de
investigación, y representación del entorno en el que se desarrollan y
conviven estos artistas” (El Jurado; negritas mías).
4.
“Si bien, las categorías históricas que se aplican para organizar las
obras enviadas siguen en pie, se intuye también un deseo creciente por
parte de los artistas de romper las formas clasificatorias y explorar espacios
entre lenguajes y géneros, aspecto que el jurado tomó en cuenta en el proceso
de premiación” (El Jurado; negritas mías).
5.
“La osadía de su trabajo [el de Joiri Minaya] reside
en una simplicidad al servicio de una intención estética y política
ambiciosa. Su obra denota sensibilidad, firmeza, capacidad de entender el
contexto desde el que trabaja y, a la vez, capacidad de responder a él
con un lenguaje tan complejo y difícil de adaptar a contextos institucionales
tradicionales. El premio fue otorgado por unanimidad” (El Jurado;
negritas mías).
6.
“El arte contemporáneo se caracteriza por su
capacidad de contemplar diversos lenguajes y medios, por su respeto a
la tradición y la necesidad de dialogar con ella de múltiples formas
[...]El arte contemporáneo es plural, quienes lo nieguen o no quieran
verlo están negando a toda una comunidad de artistas, rica, inquieta, llena de
talento” (El Jurado; negritas mías).
Como puede apreciarse, el primer pronunciamiento
da por fallidas las pretensiones evaluativas y los juicios de valor emitidos
por el jurado como conjunto y por separado.
Pues si “la apreciación
artística es eminentemente subjetiva”, como plantea la directora del MAM,
la artista domínico-cubana Quisqueya Henríquez (en tanto que parte del jurado)
queda descalificada para sentenciar que “La pintura dominicana, en la
actualidad, no merecía un premio”. Queda descalificada porque, siguiendo el
razonamiento de la Señora Ditrén, su apreciación ha sido “basada en parte en el
gusto y el juicio estético” de la señora Henríquez como observadora.
Así, el discurso “posmodernista” que pretende
proselitar la obra de arte como tautología atrapada en la “contemporaneidad”,
entra en mortal contradicción con el “conceptualismo” anclado en un querer
negar la materialidad del artista y su obra. Si toda “la
apreciación artística es eminentemente subjetiva”, entonces aquí se vale de
todo y por todos... aunque luego se pretenda caer en la aberración de emitir
juicios de valor sobre la “pintura dominicana”.
Lo que no deslinda el pronunciamiento de la
señora Ditrén es que la factura de toda obra de arte, sin importar el
género de la misma, jamás podrá ser “eminentemente subjetiva”. Tampoco
establece que ese proceso y acto de elaboración constituye un elemento
importante en la obra como conjunto estético y objeto sociopolítico.
Sí, objeto: porque hasta el discurso es una “entidad social” atada
a un sujeto histórico.
De modo que despachar facilonamente las genuinas
preocupaciones expresadas en este debate, simplemente haciendo gala de
discursos “contemporáneos”, en nada responde a las inquietudes de muchos
artistas dominicanos afectados por la apreciación “eminentemente subjetiva”
de los juicios de valor practicados por los jurados de la Bienal del MAM y
otras instancias culturales en la República Dominicana.
Pero más aun, el pronunciamiento número dos
encierra una nociva manifestación de ineptitud o entrampamiento por parte del
jurado: una de las tres personas que hicieron la selección de obras para la
Bienal, se destapa diciendo que “La pintura dominicana, en la actualidad, no
merecía un premio”. O sea que, según confiesa la señora Henríquez, a pesar
de todas las obras que rechazaron, la selección que el mismo jurado hizo
terminó no teniendo la calidad suficiente para merecer premios.
¿Y es que tan malo es “el gusto y el
juicio estético” de su apreciación “eminentemente subjetiva”? ¿O es
que a propósito se hizo una selección amañada para crear la trampa de
justificar no premiar a ninguna obra pictórica? ¡Ese pronunciamiento es una
culebra que se muerde su propia cola y desenmascara el prejuicio del modismo
artístico “contemporáneo”!
Ese destartalo discursivo de la señora Henríquez
es contradicho por el comunicado que ella misma firma como parte del jurado: “El
Jurado de la 27ava Bienal Nacional entiende que las 186 obras
seleccionas [incluyendo 56 obras pictóricas] hacen un
excelente ejercicio de investigación, y representación del entorno en
el que se desarrollan y conviven estos artistas”. Si es cierto ese juicio
de valor conceptual (y no demagogia barata), ¿entonces sólo eran dignas de
premios las obras ancladas en los “lenguajes” contemporáneos?
En el cuarto pronunciamiento, el jurado nos
confiesa que en verdad no le interesaba seleccionar y premiar obras de arte que
fueran la mejor representación del arte dominicano y sus múltiples
especificidades. No, el jurado llegó allí con una agenda predeterminada por una
práctica contemporánea de predilección por un arte tautológico: “...se
intuye también un deseo creciente por parte de los artistas de romper las
formas clasificatorias y explorar espacios entre lenguajes y géneros, aspecto
que el jurado tomó en cuenta en el proceso de premiación”. Así
que, según luce decirnos ese discurso enlatado, es por padecer de esa
“precariedad” que “La pintura dominicana, en la actualidad, no merecía
un premio” y por lo cual muchas obras pictóricas fueron rechazadas por el
jurado. ¡Vaya trampa valorativa esa!
Las ínfulas de posmodernidad del jurado le hacen
caer en unas valoraciones generalizantes que buscan darnos lecciones de arte
para sanarnos nuestras carencias teóricas sobre el arte contemporáneo y sus
valores. Pero les sale el tiro por la culata y queda al descubierto que el
presente debate es mucho más complejo que supuestas envidias y “quille”
personal de quienes fueron rechazados o no premiados en la Bienal.
En el sexto pronunciamiento, el jurado habla del
arte contemporáneo como si el mismo fuera todo un cuerpo monolítico con
objetivos comunes consensuados, y no una amalgama de prácticas y pareceres
permeados por valores de clase, género, sexo, etc.: “El arte
contemporáneo –nos dicen– se caracteriza por
su capacidad de contemplar diversos lenguajes y medios, por su
respeto a la tradición y la necesidad de dialogar con ella de
múltiples formas”.
Lo ingenuo de esas pretendidas cátedras de
sapiencia cultural es que se intenta vendernos como vanguardias y
“contemporáneas” algunas prácticas y concepciones artísticas que andan rodando
desde, por lo menos, los movimientos futuristas de principio de 1900. Con ello
también pretende el jurado convencernos de que todo el “arte contemporáneo
se caracteriza... por su respeto a la tradición”, cuando en
verdad uno de los elementos de confrontación de ciertos movimientos artísticos
que han incidido en lo que denominan “arte contemporáneo” ha sido
precisamente su guerra contra lo tradicional, lo establecido, la norma. Eso
quedó bien claro en aquel debate entre Antoni Tàpies y el Grup de Treball en
España, en 1973.
El Colectivo, respondiendo a las críticas de
Tàpies sobre ellos y su obra, declaraban a dicho artista como un asimilado a la
tradición impuesta por la “normalización” burguesa del artista y su obra, y
dictaminaban: “...él es también exponente ejemplar de este proceso de
integración y asimilación que, fuera de apreciaciones mecanicistas, comportan
por la misma naturaleza de las relaciones económicas, la deteriorización
ideológica del artista y la normalización de su ‘obra’ como mercancía cultural
en el seno de la clase dominante”.[2]
Por igual le profesaban sus creencias sobre “las
luchas de clases desde las masas” para alcanzar “la transformación
revolucionaria de todas las estructuras que emanan de los sistemas capitalistas [...] Es
en esta dirección donde el arte conceptual encontrará su salida, quizá su única
alternativa. Lo contrario, permanecer en el estadio inicial de su contestación,
ceñida exclusivamente al hecho artístico, abstrayéndolo del medio social en que
se mueve, es una limitación que puede desembocar paulatinamente en un proceso
de reducción y vaciado de su contenido ideológico”.
Esos pronunciamientos del Colectivo son
puntuales para este debate, porque no debe olvidar el jurado de la Bienal que
su práctica y pronunciamientos también obedecen a intereses sociales y niveles
de asimilación y normalización dentro de la gran narrativa del “arte
contemporáneo” que muy bien han decidido defender y consumir.
Dejamos para último referirnos al quinto
pronunciamiento porque el mismo es un ejemplo fidedigno de cómo el jurado de la
Bienal proyecta su “apreciación artística... eminentemente subjetiva”
para impregnarle unos supuestos valores vanguardistas a una obra (o conjunto de
obras) en particular, mientras al mismo tiempo se los niega a otro conjunto de
obras. Esto desvela que la gran narrativa de los dictámenes del jurado no es
más que mimetismo ideológico, caja de resonancia de una concepción del arte que
nada tiene de nueva.
Toda persona que entregó obras para la Bienal se
acogió a las reglas de la misma asumiendo que dichas reglas serían aplicadas a
todos por igual, sin distingos de género artístico ni prejuicios selectivos. Es
cierto que, de acuerdo a esas bases, el veredicto del jurado es inapelable.
Pero lo que nunca puede ser inapelable es: los juicios de valor avalados en
retorcederas selectivas para beneficiar “otros lenguajes” artísticos, ni las
diatribas discursivas con ínfulas de cátedra artística para justificar la
valoración negativa de las obras de algunos artistas dominicanos. Artistas que
algunas de sus obras las reconocen como herederas de una tradición artística
nacional que nos parió a figuras como Ramón Oviedo, Silvano Lora, Elsa Núñez,
Rosa Tavarez y al mismo Domingo Liz.
¡De nada les sirve hablar de “pluralismo”
e “inclusión” si con su práctica y discurso enlatado pretenden abrirle
espacio a ciertos “lenguajes artísticos” mientras se los cierran a un
conjunto de obras y artistas con “lenguajes” diferentes a los de su
“contemporánea” predilección!"
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