Cuando
escenario convoca, todos los milagros son realizables. Cuando la escenificación
pretende ser inusual, rompiente de esquemas y delineador de caminos inusuales,
entonces el equipamiento de la aventura esta completo y se puede iniciar la
ruta sorprendente y desconocida.
Es
tal la reflexión que se hace posible cuando el espectador cronista es tomado
por en ángulo inusual del trabajo, casi siempre dramático y dramatizante de un
tal Giovanny Cruz, tan valioso como autor ,pagado de si mismo en tanto talento de
valor intrínseco, quien nos llega con la primera una comedia trazada en los
linderos de las piezas elaboradas para produc ir la risa viceral por venir
asentada en verdades e imaginación realista: se trata de contar la vida de una
pareja en la cual el desequilibrio del peso emocional del hogar, desgasta la
sufrida mujer ante la indolencia y
frugalidad de un marido tan inconsciente como abusador.
Como
lance experimental, Giovanny Cruz se lleva las palmas y sale por la puerta del
frente, apoyado en recursos actorales y técnicos que le respalda, además de
contar con un productor que si bien se
queja en exceso pensándose, equivocadamente, en víctima del mundo injusto, sabe trabajar la
gestión de hacer posible algo tan complejo y costoso como hacer teatro
profesional y , finalmente conseguir el
respaldo y auspicio que deberían tener todas las piezas teatrales, lo que debe
ser motivo de alegría y ejemplo para otros productores.
El
montaje en realidad se estriba en el concepto del monólogo de Lumy Lizzardo, efectiva y orgánica – aun cuando
mas repetitiva de lo necesario-. aderezado por lances parlamentarios y de
acciones puntuales de un Frank Ceara que
nos hace reventar de la rabia por su entrega a la juerga y al parasitismo
conyugal, el mismo que ninguna mujer debe merecer.
Chispeante,
agradable, denunciante y hasta cierto punto predecible, puede que se exceda en
el uso del lenguaje vulgar, pero no se sienta mal, dado el marco psicológico y
popular del personaje de la Lizardo.
El
Diablo ya no vive aquí, pese a la etiqueta que deja impresa al quejatorio
extendido de la mujer, reforzando probablemente un prejuicio machista, es una
pieza divertida y reflexionante que nos muestra la capacidad adaptativa de un
Giovanni Cruz que vuelve a salirse con la suya, logrando del teatro una conquista
más, un firme paso que consagra el escenario como punto de encuentro de vidas,
sueños, dolor y tragedias pequeñas existencialmente puntillosas.
Bien
por el acto teatral bien enfrentado.
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