Rosannsa Vargas/Cronista teatro.
En
su rol dual de escritora y actriz, Patricia Muñoz nos conduce, con puntuales y
acertadas pizcas de humor ("en este país...deberían existir condones para
los carros", protégete, hermano), y referencias contemporáneas (Tweeter,
celulares, whatsappeando mientras se maneja, imprudencias al volante), por el
dolor y la ansiedad y el tedio de la angustia terminal de una madre. Y esta
angustia no es necesariamente exclusiva y personal: la experimentamos, como
público al escuchar en los interludios en tono de reclamo (convincente, íntimo
y realista) de Isabel y Cristóbal, hijos de la pianista, en sus respuestas al
abandono y la apatía de una madre in extremis.
Por
momentos, ese dolor parece más agudo. Isabel, en la voz y presencia de Patricia
Banks, reclama con fiereza la vida y nos plantea un dilema insalvable. Eurípides
afirmó que no hay una pena más profunda para los mortales que ver a sus hijos
muertos.
Cuando hablamos de la mortalidad...hablamos de los
hijos. Está Eurípides en lo correcto? Porque la obra de Patricia Muñoz nos
desafía a través de Isabel. Isabel, la hija, nos enrostra "ya han pasado
cuatro años"..."Yo también extraño al Bebo..." "Y los
gemelos ya tienen ocho años y no conocen a su abuela". Y, yo pienso,
nuevamente en Eurípides y en Isabel...es horrible ver a los niños crecer con
una abuela-madre ausente. He dicho.
En una mirada que se siente más ligera, Cristóbal, juguetón y despreocupado, apela, por igual, a la posibilidad. Lo perdido, de algún modo, está dentro del apartamento cada vez más desamueblado. Quizás permanece en unas cajas en una parte inalcanzable del closet o en álbum fotográfico o unas notas musicales que ya no es preciso recrear. Cristóbal admite, con una sensatez importante, el valor de lo práctico ("ocuparnos de los asuntos funerarios nos ayudó, mami") y reivindica la esperanza (despertaste madre y esperábamos por ello). Lo que teme el hijo es lo que todavía su madre puede perder...el presente con los nietos o una brisa fría en Boston (o una accidentada conversación en Skype).
En una mirada que se siente más ligera, Cristóbal, juguetón y despreocupado, apela, por igual, a la posibilidad. Lo perdido, de algún modo, está dentro del apartamento cada vez más desamueblado. Quizás permanece en unas cajas en una parte inalcanzable del closet o en álbum fotográfico o unas notas musicales que ya no es preciso recrear. Cristóbal admite, con una sensatez importante, el valor de lo práctico ("ocuparnos de los asuntos funerarios nos ayudó, mami") y reivindica la esperanza (despertaste madre y esperábamos por ello). Lo que teme el hijo es lo que todavía su madre puede perder...el presente con los nietos o una brisa fría en Boston (o una accidentada conversación en Skype).
En este supremo trabajo teatral...Patricia nos recuerda que de una forma paradójicamente insistente que mientras una persona esté condenada a recordar...habrá pérdida, dolor y pesar. Por igual, sin culpas ni explicaciones nos revela lo único e inapelable del dolor vinculado a la muerte. La pianista, parecería gritar atrozmente: "déjame llorar...este es MI dolor. No me entienden. Debí morir junto a los demás. No puede acomodarme a la idea de la vida. Déjenme, en paz con mi pesar." El dolor es avasallante y clandestino (se cuela subrepticiamente).
Simultáneamente,
al llegar a la parte final de la obra, Acorde Final nos hace pensar que en el
tránsito hacia la vida puede que ya la música que se componga e intérprete no
pueda (quizás no deba?) ser la misma de antes. Qué tipo de música tocará
vestida de rojo la pianista de pelo suelto y tacones carmín? Estará disponible
la elección de tocar las teclas del piano desempolvado para la mujer de
recientes labios rojos o no?
0 Comentarios